Desde hace siglos, los pueblos del Mediterráneo han moldeado un ecosistema a medio camino entre el bosque y el campo de cultivo que alberga una biodiversidad única: los olivares de montaña. Su gestión tradicional va mucho más allá de la obtención del mayor número de kilos de aceituna cada año. Se trata de un sistema de alto valor natural que acoge una gran variedad de hábitats debido a una diversidad estructural (arbolado, cubierta vegetal espontánea, manchas de vegetación natural, paredes de piedra seca, etc.) que proporcionan refugio a la fauna y flora silvestre.
En las sierras litorales y pre-litorales de Cataluña podemos encontrar algunos de los paisajes de olivar de montaña mejor conservados de toda España, formados por terrazas de piedra seca (un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad) y árboles centenarios.
Pero este tesoro natural y cultural está en peligro por un proceso dual de intensificación y abandono del territorio: por un lado, los cultivos intensivos y súper-intensivos están alcanzando zonas de sierra antes consideradas marginales, con impactos notables en forma de sobreexplotación del agua, erosión del suelo y pérdida de biodiversidad; por otro lado, la despoblación ha provocado el abandono de muchos olivares de montaña, un proceso que reduce la diversidad del paisaje y hace el territorio más vulnerable ante los grandes incendios forestales.